jueves, 24 de agosto de 2017

De paraguas y otras profesiones.

Amo esa parte mía que apenas se larga a llover me hace sonreír y me llena el pecho de algo que no sé muy bien qué es pero se parece mucho a la felicidad. Desde chica siempre me gustó la lluvia y no entendía mucho por qué mucha gente la detestaba tanto al punto de no querer ni salir a la esquina a comprar el pan para no mojarse, o por qué todos la asociaban con el color gris. Pensaba cosas como "¿Esa gente acaso no se bañará?", "¿Le tendrán fobia al agua?", "¿La asocian con el color gris porque tienen el corazón gris?". Más tarde entendí que no llueve igual para todos porque no todos miramos las mismas cosas con los ojos del corazón.
La cosa es que a mí siempre me gustó la lluvia. Una vez mientras estaba en la escuela empezó a llover mucho mucho y cuando mi mamá me fue a buscar vi que sostenía en una de sus manos algo así como un bastón con un techo ovalado de tela color azul oscuro. Yo no sabía bien qué era eso porque nunca antes lo había visto, pero mi mamá me explicó que eso era un paraguas y que servía para parar el agua de la lluvia y no mojarnos. De camino a casa, bajo el paraguas, nos cruzamos mucha más gente con paraguas de distintos colores y yo me quedé maravillada con la forma en que les caían las gotas y cómo salían disparadas hacia abajo como si se estuviesen tirando de un tobogán. Me preguntaba si la persona que creó el primer paraguas lo hizo con la intención de que las gotas tuvieran algo con qué jugar antes de caer al suelo, pero no me lo llegué a responder porque entre charco y charco, paraguas y paraguas, me acordé de algo que nos dijo la seño Leticia el día que nos enseñó las profesiones: "que nadie les diga lo que tienen que ser en la vida, ustedes pueden ser lo que ustedes quieran y pueden ser muchas cosas". Entonces, en ese momento, aunque no estaba muy segura de que eso sea una profesión, yo sabía que quería ser un paraguas; pero lo había pensado bien y no quería ser uno de esos como los que ya había visto pasar varias veces delante de mis ojos porque esos iban agarrados a alguien, o alguien los agarraba, y yo quería sentirme un poco libre. Yo quería ser un paraguas nuevo. Quería parar el agua con mi cuerpo y saber qué se sentía ser un paraguas, estaba convencida de que con toda esa lluvia cayéndoles encima los paraguas debían sentir algo. Quería que los bolsillos de mi guardapolvo se llenaran de agua y jugar a que eran charcos llenos de pecesitos de colores como esos que tenía la abuela y papá nunca me quiso comprar. Quería que mi cuerpo se transformara en paraguas y sentirme río, sentirme playa, sentirme mar. Así que conté mentalmente hasta tres y me solté de la mano de mamá con la excusa de acomodarme bien la mochila y empecé a correr hasta la esquina  mientras ella me gritaba que qué estaba haciendo, que me iba a resfriar, que me ensuciaba la ropa y no sé qué otras cosas de esas que gritan las madres. La verdad es que yo sabía que se iba a enojar, pero no me importó mucho. Las gotas bailaban entre mis dedos, se deslizaban por mi cara, jugaban conmigo. No sé de qué color me debía ver la gente, pero mi cuerpo estaba lleno de lluvia y yo me sentía un paraguas hermoso. Tal vez no tenía todos los colores del mundo... pero ese día me sentí libre por primera vez y a mí se me hacía que la libertad debía estar llena de colores.
Después de esa vi caer muchas lluvias; lluvias finas, lluvias fuertes, lluvias cálidas... y a pesar de que todas las lluvias son distintas, no hubo una que no me haga sentir tan libre como la de aquella vez. Tal vez sea por eso que dijo el flaco Spinetta de que "la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de tu alma". Tal vez la lluvia viene a recordarme que si todavía puedo emocionarme cada vez que llueve, como cuando era chica, no todo en mí está perdido. Tal vez todas sus gotas se suicidan contra el suelo por mí porque ella no quiere que yo lo haga porque, tal vez, y sólo tal vez, nunca nadie la había amado tanto como yo.

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