domingo, 27 de enero de 2019

Eternidad.

Sentada sobre una roca
una finitud de gotas
vagan entre los dedos
de mis pies descalzos.

A lo lejos...
una cascada se desnuda
de sol y luna
y algunos pájaros
andan diciendo tu nombre.

En hojas de árboles caídas
le escribo al río todo
lo que no puedo decirte
y como si fueran barquitos de papel
dejo que se las lleve el viento.

Cierro los ojos y respiro profundo
con la intención de hacerte eterna.

Nada se nubla,
nada se pierde,
nada se hace espeso
denso ni agobiante.

Una finitud de gotas
y, en la eternidad,
vos. ©

Ruido.

A veces no sé comunicarme
sin hacer demasiado ruido,
estoy intentando no frustrarme
con mi corazón hecho de resistencia
pero tengo el alma al descubierto
y dormido el cuerpo.

Me sofoca el temor
a no poder desatar
los intentos de ser
sin menos ataduras
y no quiero detenerme
en las manchas sobre la pared
sin deslizarme por ella
como si estuviera pintando
un girasol
que no guardaré
solamente para mí.

¿Puedo reírme de mi desastre?
¿De mis nervios?
¿De mi estúpida manía por ser
mejor de lo que soy
como si en lo que soy
no tuviera mucho que arreglar?

Voy a quedarme en cada letra
y a jugar a que el silencio
esta vez, no me come.
Si juego un poco, tal vez
mañana pueda ser
mejor de lo que soy. ©

Habitarte.

Quebrar el silencio
más allá del abismo
entre tu piel y la mía
susurrar tu nombre
y que cada letra
t e  r e s p i r e
habitarte en tu desnudez
de mujer que dispara
una bala
y                más allá
des pe da za r
poco
          a
              poco
la distancia. ©

Tu recuerdo.

                          No muy lejos de la noche
                            me recosté en tu pecho,
                        mecida por las olas del mar
                               me quedé dormida.

                                Dormida descubrí
                               que tu pecho joven
                         es tan suave como el roce
                           de las alas de un colibrí.

                           Afuera el sol se disuelve
                                      pero dentro
                         mi cuerpo sigue prendido
                                a las nubes de luz
                                que emana tu piel,
                         tan radiante y tan serena
                                  como siempre.

                          La vida entre tus costillas
                         siempre parecía más fácil,
                                   por eso a veces
                         vuelvo a dormirme en vos;
                      aunque ahora sea tu recuerdo
                       el que me adorna los huesos
                                  de flores azules.

                                        Bien dicen
                                    las canciones,
                                     los cantantes
                                       y la poesía:
                               uno siempre vuelve
                                 a los viejos sitios
                                donde amó la vida. ©

martes, 15 de enero de 2019

Atlas.

Estaba ahí esperando
que te acercaras
a conversar conmigo,
pero ni un maullido.
Nada.

Llevaba para vos
algunas caricias
entre los dedos,
como un pájaro
que le lleva comida
a los pajaritos del nido,
pero ni un roce.
Nada.

Alguna vez alguien dijo que los gatos
se parecen a sus dueños,
tenía razón. ©

Luces y vodka.

Viajando entre ascensores,
puertas y escaleras de metal.
Vos sin mirarme y yo tan ida.

Miro borrosa la ciudad
buscando entender la realidad,
no puedo hilar nada
ni encontrar el sentido.

Bailando al revés
me enredo tanto y no me ves,
no me ves.

Entre luces y vodka
me pierdo un poco
y vuelvo a caer.

Otro sorbo más,
otro sorbo más.

El cielo se prendió fuego,
vos sin mirarme y yo...

Bailando al revés
me enredo tanto y no me ves.

Bailando al revés
me enredo tanto
y vuelvo a caer.

Puños.

Anoche, al llegar la madrugada,
cree en mis ojos un mundo
de cristales y borrosas nubes.
Fui, en las horas más oscuras,
una mujer débil.
Sus miradas me perseguían los talones
con risas más escalofriantes que las hienas,
sus obscenas palabras se me clavaban en el cuerpo
con fuerza más poderosa que un tsunami.
Al mediodía,
supe que cada mirada pudo matarme
y, sin embargo, no lo hizo.
Entonces,
fui una mujer fuerte:
El pasto sigue creciendo
aunque el frío lama su tierra.
Esta noche,
al cerrarlos,
un lienzo de puños elevados
agitará en mis ojos sus colores. ©